viernes, 10 de agosto de 2007

Subí a una cumbre, y me quedé pensando.


Subí a una cumbre. En ella, sentados, debatían los intelectuales. En otro tiempo, la mayoría de los intelectuales de las cumbres eran para mi seres de papel distanciados de la realidad; seres que analizaban todo sin involucrarse del todo. En estos tiempos, en esta cumbre, los intelectuales no eran puraménte teóricos ni retóricos: ellos hablaban de lo que apasionadamente estaban viviendo, sintiendo y construyendo junto a pueblos también llenos de sabiduría. En esta cumbre la mayoría de los intelectuales no se proclamaban maestros ni pretendían imponer sus teorías. Se diría más bien que traducían, en propuestas concretas, los latidos de sus corazones rojos y palpitantes.

Juan Carlos Monedero (España), Daniel Hernández (Venezuela), Gustavo Javier Ayala (Ecuador) y Blanca Eekout (Venezuela) son apenas cuatro de los cerebros cuyas circunvalaciones me encantó recorrer, los días 1, 2 y 3 de Agosto del presente año, en el Caracas Hilton, durante la VI Cumbre Social por la Unión Latinoamericana y Caribeña.

No me he quedado en paz después de subir a la cumbre. He afianzado mi preocupación personal por transformar en hechos las palabras que me emocionan. Me he preguntado mil veces si mi quehacer cotidiano incide directamente en la construcción del nuevo Socialismo. ¿Mi pensamiento, mi discurso y mis acciones son suficientemente coherentes entre sí?

Sin duda ser coherente es una tarea difícil. Sobre todo porque requiere un constante autoanálisis. Requiere la capacidad de discernir cuales conceptos, valores y prácticas, de los que hemos heredado, son herramientas a favor de reproducir una realidad en la que no somos dueños de nuestra conciencia. Requiere humildad para reconocer los desaciertos, y requiere disposición para comprometernos dialécticamente con nuestros ideales, sin quedar atrapados en los obstáculos de un mundo que, aun en gran parte, se resiste a cambiar.

¿Tengo yo una actitud vital verdaderamente socialista?, ¿Hasta que punto soy ecológica?, ¿he dejado de reproducir el consumismo, el machismo y el velado racismo de la sociedad en la que nací?, ¿como combato la violencia?, ¿respeto verdaderamente la diversidad?, ¿soy democrática?, ¿Sirve mi esfuerzo laboral, realmente, para colaborar en la construcción de una patria mejor?; ¿soy solidaria, respetuosa y amorosa con las vidas que trato y conozco?. ...Son preguntas que me hago ante situaciones cotidianas, para dirigir mi energía.

Hay un “comportamiento socialista” que fluye naturalmente a través de mi. Un comportamiento cónsono con valores que aprecio desde muy pequeña. Un comportamiento que hoy llamo “socialista” porque he conceptualizado así mis ideales de siempre, para unirme a la fuerza de un pueblo, de un Estado, que esta luchando por construir una sociedad más justa. ...Pero también hay un “comportamiento socialista” que requiere un esfuerzo personal de cambio. Un comportamiento que implica dejar de lado viejas prácticas que, de no enfrentarlas, me mantendrían en muchos aspectos aferrada a la comodidad y a la tradición.

Algunos de los cambios favorables que he experimentado gracias a este proceso de autocrítica, que he comenzado conscientemente desde que la situación política de Venezuela empezó a dar un giro hacia la izquierda, tienen que ver con el modo de relacionarme con los otros. He pasado de querer permanecer aislada en una tranquila montaña, a querer permanecer en una comunidad que trabaja por el bien común. Y si bien nunca dejaré de querer visitar periódicamente mis montañas recónditas y mis playas desiertas, ahora prefiero vivir en un lugar lleno de gente que vence la desesperanza. ¿No es acaso esa desesperanza la misma que yo sentía, la misma que me llevaba a querer escapar lejos de la ciudad y sus problemas?.

En este proceso de cambio también he aprendido a ejercer la sociología de una forma más creativa y participativa. En este proceso he afinado mi capacidad de escuchar y he aprendido a respetar mejor los pensamientos que difieren de los mios. He cambiado hábitos, aparentemente inofensivos, que había incorporado ciegamente en mi modo de vida y que estaban socavando las bases de una conciencia propia, ecológica y humanitaria; tiendo a evitar por ejemplo, aunque tal vez sin la justa rigurosidad, los productos de grandes marcas transnacionales y trato de no replicar costumbres o tradiciones vacias de un sentido descubierto.

Sin embargo, a diario descubro fallas en mi proceder y a diario me encuentro con dilemas filosóficos y prácticos que no logro resolver. Hay temores, por ejemplo, que me impiden adquirir compromisos más definidos en espacios políticos. Hay ambiciones egoístas, como viajar, que condicionan mis deseos de “acumulación de capital”. Hay artículos de consumo, como ciertas obras de arte e incluso prendas de vestir, por las que cambiaría gustosa varios días de alimentación balanceada. Hay esporádicos estados emocionales que no logro controlar del todo y que me impiden establecer puentes de comunicación. Hay excusas, con las que aun me disculpo a mi misma, para no ejercer acciones tan domésticas como apagar siempre las luces que no necesito y utilizar más racionalmente recursos como el papel y el agua.

...Subí a una cumbre y me quedé pensando...

...Tanto los logros alcanzados como los retos que aun me mueven, son producto de una reflexión previa... Por eso rescato la importancia de las cumbres, los foros, los encuentros y las tertulias. Rescato la necesidad de espacios para el debate ideológico y la construcción colectiva.

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