Tuve zapatos que me impidieron
tocar mi tierra. Tuve leche en polvo para que mis lágrimas tuvieran más cauce
que el hambre y su pureza. Tuve colegio lleno de otras infancias escindidas de
mi. No me faltaron tristes médicos ricos que me salvaron del sublime ahogo.
Aun así tuve suerte. Una madre desvelada
cerró muchas roturas del abanico de mi vida cuando empezaba a abrirse. Un padre silencioso no dejó de ofrecerme las guardas de repuesto. Un hermano
herido fue mi espejo, mi amado espejo roto.
Pero crecí sin patria. Y cuando
digo patria digo historia, digo raíz, digo fuego, agua, tierra y viento; digo trascendente
amistad, libertad, creatividad, esfuerzo compartido, solidaridad; dignidad
común.
Tú me diste patria. Mi
ciudad dejó de ser una ponchera donde se precipitaban los fracasos del mundo. Desde
mis pesadillas y desvelos ascendí por la escalera de tu plan. Tejí junto a
miles la única manta que cubre el frío de la soledad y espanta la jauría de los
opresores.
Pusiste a nuestros pies un largo
camino ascendente, en el que árboles frondosos y robustos libros abiertos
movían sus hojas con cada uno de nuestros pasos. Desde el montón de cuartillas
apiladas en mi aquiescente memoria, mariposas rojas levantaron el vuelo hasta
poblar el sur de nuestras vivencias.
Dicen que no querías morirte. ¿Aún
no comprendías que la muerte no te alcanza? El tiempo ha dejado de moverse en
tu sangre, pero tu fuerza sigue moviendo al tiempo. Tu sangre ya no es torrente
en tu cuerpo, sino luz en todas las vidas que tocaste.
Desde las raíces de este dolor que
nos aferra al piso, te vemos brillar, inmenso y poderoso, haciendo señas para
que sigamos.
Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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