miércoles, 3 de junio de 2009

AUTORETRATO


Dicen que mis incisivos dientes centrales son las puertas enormes de una Catedral. Pero en mi boca no hay religión, no hay un dios único, ni santas estatuas milagrosas. …En mi boca hay un ángel, ateo y aterido, que te aguarda en silencio.

No tengo lengua detrás de los dientes. No tengo lengua para acusar a alguien, ni para defenderme en los juzgados. No tengo lengua para hablar frente a los perpetuos aduladores, frente a los falsos genios, ni frente a los soberbios camuflados. Tampoco tengo lengua para gritar como mis enemigos. Tengo varias lenguas -innumerables- para besarte hasta en los sueños, durante muchas vidas. Y tengo lengua para usarla, a veces con la tinta como saliva, en la adunada lucha por el respeto a la diversidad. Si me fallara la tinta tengo la misma sangre que se acelera en mi cuerpo cuando te miro. Esta sangre semidulce, sin nacionalidad, que busca patria en la libertad del mundo, contigo.

Mis ojos son tristes, hundidos aún en la ilusión de mi infancia. Rodeados de ojeras. Ahogados en una exhausta acuarela que el asma pintó en mi. Miran todo siempre por primera vez. No tienen memoria. Pero regresan siempre, debes saberlo, al mismo enamorado hombre. Mis ojos son tristes porque temen siempre que dejarán de verte. Cuando supones que estoy cansada, es porque sobre mis párpados saltan y de mis pestañas cuelgan, diminutos duendes que custodian la tibieza de mi hogar.

Desde mi frente, sobre el tobogán de mi nariz, se lanzan los niños que no he de tener. Se lanzan los hijos que crecen y llegan a mi alma transformados en tiernos animales, en proyectos inefables, en nobles amigos, y en la herencia floral que dejará mi lenguaje. En mi frente, brújula para buscar rincones y mural de mis olvidos e indecisiones, ya se adivinan tres preteridas líneas que marcarán mi paso por la vida. Me pregunto si una de esas líneas eres tú que te atreves a posarte suavemente en mi rostro hasta la muerte, hundiéndote cada vez más para llegar a mi corazón.

Mi cabello carece de moral. En sus ondas complicadas todas las vivencias se adhieren. Cada hebra quisiera ser la soga que te atrapa sin dolor, pero en realidad mi cabello es tan ligero, como frágil mi alma en estas circunstancias. Y eres tan libre en la multitud como yo en la soledad.

Casi siempre detrás del cabello esperan mis oídos tus palabras. Pero tu voz (irreverente, traviesa, desordenada, ligeramente ronca, ligeramente dulce) viene poco hacia mí. Mis orejas, como remolinos de viento que nacen en el clima de mi rostro, quisieran alcanzar todas tus ideas para mezclarlas con la mías. Pero tus ideas vuelan rápido y sin mapa hacia otros sitios más concurridos y menos peligrosos.

Me quedo sola entonces pintando autorretratos desvelados. Mirando la inmateria que soy y la materia que sigo siendo.

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