En el paraje de los disgustos, ser la clara imagen de una sonrisa, el
firmamento que aguarda dentro de una duda, la voluntad encendida con ramas de
esperanza.
Entre carcajadas
y llantos, ser un silencio enamorado, unas palabras de café, una razón de páginas
antiguas.
En la penumbra que habita el
egoísmo, ser un candil con aceite de sombra, salir en busca de otras vidas.
Entre automóviles
furiosos, ser bicicletas que despegan del suelo, ir a jugar con genios y
zamuros. Usar siluetas para hacer melodías. Reforestar un bosque de nubes
frescas.
Ante cazadores,
hipnosis, domadores, ser las ganas de escaparnos de la red, las ganas de
compartir el pan, las ganas de amarnos sin horario.
Abrir las
puertas de las fotografías, entrar en las habitaciones de las mil y una noches,
salir al infinito del aprendizaje.
Ser nubarrón en
la sequía o llover toda la tarde sobre los huertos olvidados. Rebalsar,
conducir los arroyos con la fuerza de un pincel, juntar las corrientes. Navegar
cantando en los caudales sordos de la incertidumbre.
Entre
corporaciones que asfixian la mirada, ir a pie y a corazón descalzo, camino a
la familia, a la clase, al trabajo. Cuando intenten detenernos, soltar el cielo
que llevamos dentro con tantas golondrinas.
Entre
cuadriláteros y triángulos, defender la vida de círculos y espirales. Y si la
redondez produce ruedas que destruyen casas y tepuyes, ser entonces quien
defiende vértices y líneas rectas.
Si nos llenan
los estantes de nada, ser la semilla que despierta, el animal que vive, los
sabores que cambiamos con nuestras manos de columpio.
Aunque no
tengamos edad; aunque no tengamos sentido; aunque seamos diferentes; aunque
intenten callarnos; aunque nos llamen monstruos: ¡Vamos a ser libres aunque estemos
en jaulas!
Ser nuestros
ancestros y nuestro porvenir, ser aquí. Ser la cultura en el fondo del cántaro.
Intentarlo. Intentarlo. Intentarlo. En el paraje de los disgustos, ser la clara
imagen de una sonrisa.
María
Helena Heredia Flores. Marzo, Abril 2016
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