martes, 9 de enero de 2007

Los Sonidos de la Noche

La realidad se ha sumergido en el océano de la noche. Todos los sonidos son leves y apagados como venidos de otro mundo. Ahora puedo escuchar hasta el fatigado aletear de mis pestañas y el arrullo marítimo de mi propia respiración. El silencio es oscuro como el cielo detrás de las persianas, pero al igual que el cielo, el silencio está lleno de luminosas gotas suspendidas. Los sonidos de la noche me hacen tomar conciencia de lo que me rodea y me doy cuenta que durante el día no estuve plenamente viva.

Afuera la hierba crece y se despliega exhalando suspiros. Las ranas se enamoran como si fueran pequeños corazones verdes que croan en cada sístole. El himno combustible de los grillos toca el oxigeno de mi cerebro y entonces hasta un fantasma deja caer las ingrávidas cadenas que lo atan a su pena.

Te busco en las suaves superposiciones sonoras de la noche, pero tu voz imaginaria es arrastrada por el siseo de los autos que pasan por aquella avenida: pasan como naves siderales que surcan el espacio, o como peces metálicos que nadan presurosos para desovar personas en algún lugar íntimo.

A mi oído llegan otras vibraciones que no sé interpretar. No sé si ese rumor lejano es la odalisca brisa que danza con su velo invisible… o es el paso sinuoso de animales hambientos que cruzan el paisaje. No se si aquellas voces que pasaron flotando son apenas la excusa para un recuerdo.

Cuantos hombres y mujeres habrán, que como yo, se quedan atrapados en la terca vigilia y entonces logran escuchar hasta el murmullo de las nubes que se desforman; el vuelo único vertical y ciego del pichón que cae del nido; el ladrido rítmico de los perros anónimos; la marcha descalza del vecino sediento; la percusión celeste de unos zapatos tibios que llegan o se van.

...Y habrán los hombres y mujeres que en sus horas de insomnio, escuchan el crujir melancólico de paredes llorando; el destellante golpe de balas prisioneras que son empujadas hacia la muerte roja; el grito ondulante de ambulancias heroicas; la tristeza interior y rotunda frente a las ajenas fiestas trepidantes; el trueno pendular de una garganta ebria; el aplauso constante de la lluvia traidora; los diálogos inaccesibles como frecuencias radiales mal sintonizadas; los gemidos abiertos, por dolor o placer; los acentos monótonos de la propia obsesión.

Cuantos oídos estarán contando los pasos del reloj
y cuantas manos estarán escribiendo
para descifrar o aquietar
los sonidos de la noche.

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1 comentario:

Antonio Russoniello dijo...

los gemidos de placer y una cama rechinando, el vecino ebrio tumbando la puerta, el quejido del perro solitario encerrado en casa, la armonía de seis cuerdas vibrantes y distantes que es escuchada por una mujer solitaria, como tú, que anda acechando los sonidos de la noche. Y yo, ¿Como hago para ser cuerda, para resonar en el cajón de madera, para hacerme guitarra, sus trastes y su puente? y llegar hasta ti.