martes, 30 de enero de 2007

René Magritte y el espejo mágico de sus pinturas

Hay artistas tan abiertos que comienzan por romper los hábitos mentales de su época. Hombres y mujeres tan innovadores que sus obras no pueden ser etiquetadas bajo algún concepto único precedente. Son creadores que no caen prisioneros de su propio talento, personas cuya inteligencia es un instrumento al servicio de la libertad. Si no pudiera admirar las creaciones de esas personas y no me dejara subyugar por la atracción que ejercen en mi, tal vez iría perdiendo la energía vital para hilvanar historias y pequeñas obras cotidianas.

René Magritte tiene uno de esos estilos que logra sorprenderme e inspirarme. Muchas de sus imágenes me plantean enigmas constantemente, misterios que solo logro desvelar en un plano difícilmente accesible a la palabra. Recientemente compré un libro sobre él y su obra (de Jacques Meuris) para tener por fin cerca de mi esas imágenes poéticas que mágicamente trastornan el equilibrio de la rutina.

Mi primer encuentro con la obra de Magritte se lo debo a mi elegida hermana Nereida, que un día, por asociación magnética supongo, me regaló un afiche que luego se convirtió en una ventana hacia los deseos. La imagen evoca a una mujer a caballo, en un bosque fragmentado de tal manera que hace pensar en el paso de una dimensión de la realidad a otra. Si pudiera elegir un personaje para darle identidad a esa mujer, sería sin duda Lou Andreas Salomé.

El “Maestro de escuela” es para mi: Joaquín Sabina, como siempre de espaldas a todo. Ese otro lúcido y versátil artista (en este caso de la canción) que con su escepticismo, su creatividad, su rebeldía, su tendencia al anarquismo, su ironía y su pasión, ha educado subterfugiamente mi verdadero y silencioso yo.


La mujer que aparece en la obra llamada “Vestido de noche” es en realidad, según Antonio, una replica de mi. Yo sólo puedo decir que esa luna -que es la misma luna de Sabina pero creciente en vez de menguante- es la brecha por la que se cuela la luz y la quietud que casi siempre estoy buscando.

Puedo mirar durante horas “La añoranza”. Conozco a ese hombre de alas negras, estoy a su lado en un plano extraterrenal. Reconozco y temo la fuerza del León; veo su pata izquierda sugiriendo un mundo en el que las reacciones vitales son diferentes a las de la mayoría en este planeta descompuesto. Se cuál es aquella ciudad de cielo amarillo, turbio e iluminado, he volado, he caído y he vuelto a volar en ese cielo. …El farol, el muro, los calculados edificios que se adivinan al fondo, el paisaje que hay más allá del campo visual del espectador...

Y esta pintura? Tiene el sello de las obras de Magritte, pero me ha hechizado sin saber si realmente pertenece a él; la encontré en internet. Ejerce una fascinación extrema en mis sentidos! Cierro con ella mi vigilia, para adentrarme en los sueños.

domingo, 28 de enero de 2007

Desde que te encontré


P
or la herida de los ascensores salgo a buscarte en la ciudad
en los fractales laberintos de un urbano cerebro agonizante.

Te busco en los árboles bronquiales que fuman el perenne cigarrillo de los autos
en la cicatriz de cada acera, en el submundo
de los insectos
Te busco en el vagón del metro donde todos vamos enfermos
en los gritos y en los tatuajes de los muros
en el aliento que transporta a las pequeñas marip
osas perdidas
Te busco, desesperada, en las canciones que flotan como el humo
en los caminos de las sombras que nunca dejan rastro
Te busco en los huesos rotos de las construccione
s
debajo de las ruedas del tiempo, en los
lunares del asfalto
en los interpretados ojos del perro callejero
en la advertencia muda de los semáforos
Te busco en la saliva de las calles de Cara
cas
en las futuras aguas de un río limpio
en la memoria del Guaraira Repa
no

Te busco
te busco y no te encuentro
desde que te encontré.

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lunes, 22 de enero de 2007

Las estrellas que pienso

"Cuando aprendo que las estrellas que pienso pueden ser la parte de atrás de las estrellas que veo allí, me lleno de un terror que es el principio del amor. Ellas me dicen que el espacio es infinito y el espacio se curva. Y entiendo."
Dylan Thomas (Cartas)


martes, 9 de enero de 2007

Los Sonidos de la Noche

La realidad se ha sumergido en el océano de la noche. Todos los sonidos son leves y apagados como venidos de otro mundo. Ahora puedo escuchar hasta el fatigado aletear de mis pestañas y el arrullo marítimo de mi propia respiración. El silencio es oscuro como el cielo detrás de las persianas, pero al igual que el cielo, el silencio está lleno de luminosas gotas suspendidas. Los sonidos de la noche me hacen tomar conciencia de lo que me rodea y me doy cuenta que durante el día no estuve plenamente viva.

Afuera la hierba crece y se despliega exhalando suspiros. Las ranas se enamoran como si fueran pequeños corazones verdes que croan en cada sístole. El himno combustible de los grillos toca el oxigeno de mi cerebro y entonces hasta un fantasma deja caer las ingrávidas cadenas que lo atan a su pena.

Te busco en las suaves superposiciones sonoras de la noche, pero tu voz imaginaria es arrastrada por el siseo de los autos que pasan por aquella avenida: pasan como naves siderales que surcan el espacio, o como peces metálicos que nadan presurosos para desovar personas en algún lugar íntimo.

A mi oído llegan otras vibraciones que no sé interpretar. No sé si ese rumor lejano es la odalisca brisa que danza con su velo invisible… o es el paso sinuoso de animales hambientos que cruzan el paisaje. No se si aquellas voces que pasaron flotando son apenas la excusa para un recuerdo.

Cuantos hombres y mujeres habrán, que como yo, se quedan atrapados en la terca vigilia y entonces logran escuchar hasta el murmullo de las nubes que se desforman; el vuelo único vertical y ciego del pichón que cae del nido; el ladrido rítmico de los perros anónimos; la marcha descalza del vecino sediento; la percusión celeste de unos zapatos tibios que llegan o se van.

...Y habrán los hombres y mujeres que en sus horas de insomnio, escuchan el crujir melancólico de paredes llorando; el destellante golpe de balas prisioneras que son empujadas hacia la muerte roja; el grito ondulante de ambulancias heroicas; la tristeza interior y rotunda frente a las ajenas fiestas trepidantes; el trueno pendular de una garganta ebria; el aplauso constante de la lluvia traidora; los diálogos inaccesibles como frecuencias radiales mal sintonizadas; los gemidos abiertos, por dolor o placer; los acentos monótonos de la propia obsesión.

Cuantos oídos estarán contando los pasos del reloj
y cuantas manos estarán escribiendo
para descifrar o aquietar
los sonidos de la noche.

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